Polenta y Estoyanoff cayeron en tentaciones de la hombría mal entendida; a Nacional le salió caro.
Los uruguayos crecieron en los últimos 40 años escuchando los cuentos de la guapeza de sus futbolistas, de las historias de héroes que callaron estadios, de la hombría de aquellos jugadores que marcaron una época en las canchas de Uruguay y del mundo. De los tiempos en los que el fútbol era otro deporte, donde la pelota corría a otra velocidad y se lucían los malabaristas con la pelota, donde las exigencias físicas del fútbol estaban muy lejos de las actuales.
En los años 1990 y con la llegada del nuevo siglo, el concepto de ganar guapeando, que no era más que jugando al fútbol y metiendo, perdió las fortalezas de la primera parte e hizo un culto a la otra, como si terminar a las trompadas en un partido, pisar a un rival en el piso o intimidarlo con insultos aseguraba el triunfo.
En 2006, Óscar Washington Tabárez –quien marcó un punto de quiebre en la historia de la selección– llegó a la AUF con el objetivo de desterrar aquella guapeza mal entendida que tanto mal le hacía al fútbol uruguayo. Estableció nuevas pautas sin apartarse del carácter y entrega que caracterizó históricamente a los uruguayos, pero enfocándolo en el lugar preciso. Fútbol y disciplina sin renunciar nunca al objetivo final que era terminar el partido en la cancha. Ese fue el mensaje que una y otra vez repitió el entrenador de la selección, hasta que finalmente lo entendieron y prendió en la cultura de la celeste.
Actualmente la selección es guapa. Guapa de verdad. Entrega el máximo, deja el alma y, sin traspasar los límites, terminan los 11 en la cancha .
En el partido Uruguay-Argentina de la Copa América de 2011, hubo dos jugadores celestes que merecieron ser expulsados varias veces. El juez les perdonó la vida. Al otro día del partido, el técnico los reunió y les habló de lo que habían hecho. Del concepto de guapeza bien entendida, y que guapo era el que dejaba todo en la cancha y terminaba el partido. Y les subrayó que no existían guapos que jugaban menos de 90 minutos.
Ese día Sebastián Eguren (actualmente integrante del cuerpo técnico de Martín Lasarte), uno de los jugadores que participó de esa charla, interpretó cabalmente lo que es ser guapo en el fútbol del siglo XXI.
Ayer, en el clásico, Diego Polenta y Fabián Estoyanoff, todavía utilizando las fórmulas vencidas, entendieron que ser más guapo y mostrar más hombría es agredir a un rival en el piso, como lo hizo el de Peñarol sobre el de Nacional (que debió ver la roja apenas Ferreyra paró el juego) y, 30 segundos después, cuando el capitán albo fue a pecherear al aurinegro, como si se tratara de un duelo de dos y no de un partido entre equipos. El resultado fue que Ferreyra mostró la roja a ambos, y estuvo perfecto en esa decisión para señalarle a los futbolistas que eso no es el fútbol del siglo XXI.
El error del capitán de Nacional le costó carísimo a su equipo, porque en buena medida si perdió el tricolor fue porque Polenta dejó a su equipo con 10. La baja de Estoyanoff también fue notoria, pero fácilmente disimulable por su posición en la cancha.
Polenta y Estoyanoff tienen ahora una buena oportunidad –también el resto que cree que ese es el camino– para entender que guapo y hombre adentro de la cancha es el que deja el alma y completa el partido o el tiempo que el DT considere.
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