domingo, 21 de julio de 2019

Cerro, que quizás hizo menos que Rampla, se adueñó del clásico



A los tropezones, empujando, hablando más que jugando, cortando con muchas faltas, cerrando espacios, frenándose cuando había tiempo y lugar para contragolpear porque el resto venía en la lejanía. Así se jugó el clásico de la Villa.

Y lo ganó Cerro. Y también podría decirse que lo perdió Rampla Juniors. Es que en lo global, en el análisis de un partido al que le faltó mucho juego asociado y le sobró pelotazos, trancazos y malas caras, es que quizás el albiceleste fue el que de los dos hizo menos para llevarse la victoria. Lo que tuvo el equipo que conduce Richard Martínez es algo de suerte en el aprovechamiento de un error defensivo de Rampla Juniors.

Sí, un centro de la izquierda, lanzado por Agustín González -libre de marca- lo quiso transformar en jugada de gol Maureen Franco, pero el delantero no tocó al balón y Rodrigo Odriozola cuando quiso reaccionar lo que observó fue a la pelota metiéndose en el segundo palo.
 
Iban 54 minutos de juego y en el Olímpico hubo explosión de júbilo del visitante y una primera gran emoción en la contienda.

Es que hasta ese instante lo único que había primado en la cancha es la reiteración de faltas que impedían la progresión prolija. Con más hombres pensando en meter una doble marca e impedir las incursiones ofensivas por los pasillos exteriores y mucha retrocediendo para que las transiciones ofensivas no generaran el quiebre de la línea defensiva del mediocampo. No hubo emoción ni en los tiros de esquina ni en los tiros libres que amenazaron con darle otro tono al cotejo.

Claro, después del gol y a lo que luego se le sumó el lío que originó cuatro tarjetas rojas (ver nota adjunta), hubo más espacios.

En ese marco a Rampla se le presentaron oportunidades para igualar, pero no tuvo ni la efectividad ni la suerte de Cerro. De hecho, el albiceleste lo que también pudo demostrar allí es tener la gente con la experiencia adecuada para aguantar el partido. Para sostener la diferencia y llevarse el triunfo clásico en la casa de su adversario.

Eso sí, aunque se haya ganado con poco, se ganó. Y para el corazón del hincha es suficiente.

Una pena: se querían ir a las manos y no los podían parar

Una picardía de Maureen Franco desató un momento de locura en el estadio Olímpico.
 El marcador estaba a su favor y, aunque quedó en evidencia que se tiró en el césped para hacer correr las agujas del reloj un poquito más, ya había dado señales de que el partido se le había terminado. Claro, pícaro, Maureen Franco buscó sacar ventaja de su situación. Y en Rampla Juniors no se lo bancaron. Entonces, llegó “el momento de locura” en el estadio Olímpico.

Los que estaban más cerca del jugador de Cerro se le fueron encima y sus compañeros albicelestes se arrimaron con la misma fuerza para protegerlo. Desde el fondo llegó corriendo como loco Rodrigo Odriozola y si de locuras se trata ninguna puede llegar a emparentarse siquiera con las reacciones de Emiliano García (RJ) y Martín González (C). Del empujón se pasó al arranque como topadoras que de milagro no se dio el choque. En realidad, si no pasó es porque muchos compañeros se pusieron en el medio para evitarlo. El enojo fue tan grande, el desafío tan intenso, que Daniel Fedorczuk, que ya les había mostrado la tarjeta roja terminó poniéndose delante del jugador picapiedra para que no siguiera invitando a su adversario cerrense a un combate de boxeo fuera del campo de juego.

Y sí habrá sido picante la bronca que después de otras dos rojas, también perfectamente aplicadas por el juez, los muchachos de Cerro debieron quedarse unos segundos más en la cancha porque sus colegas los seguían esperando en el túnel.

Claro que se quedaron porque también el árbitro fue muy enérgico y porque muchos funcionarios colaboraron para eso, porque caso contrario el problema hubiese crecido aún más.

Fedorczuk, si hubiese tenido ayuda del VAR hubiera mostrado más tarjetas, porque las caras pegadas unas contra las otras en clara invitación a cambiar de deporte (boxeo por fútbol) se las mostraron varios jugadores. Porque los empujones sobraron por todos lados y las manos quisieron ser más protagonistas que los botines.

Una pena.

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