A siete décadas de la máxima hazaña en la historia de la Copa del Mundo, recordamos cómo se llegó a aquel glorioso 16 de julio.
A dos días del 18 de julio, fecha patria de la República Oriental del
Uruguay por cumplirse un nuevo aniversario de su primera constitución,
hay otro “feriado” ineludible y está estrechamente vinculado al fútbol.
16 de julio, fecha de Maracaná y todo dicho.
Que fue, es y será la máxima hazaña de la historia de los mundiales, no
hay dudas. Que nunca se repetirá una situación así en Copas del Mundo,
tampoco.
La Celeste, mal preparada en lo previo al torneo, con problemas internos
y enfrentando a un rival que parecía superior, siguió estirando una
leyenda que había dado inicio algunas décadas atrás.
Pero la consagración no se limita a esa mágica tarde del 16 de julio de
1950, cuando más de 180.000 personas fueron testigos de una tragedia que
para tres millones sigue siendo motivo de orgullo.
El antes
No fue exclusividad de las décadas posteriores el hecho de que una
selección uruguaya llegara mal preparada a un Mundial, pero como
habitualmente se dice, “los triunfos tapan todo”.
El entrenador asumió en su cargo 15 días antes del inicio del certamen,
ya que la dirigencia uruguaya no lograba ponerse de acuerdo en la
designación de un director técnico.
Los partidarismos no hacían posible que hubiera consenso, por lo que los
nombres del húngaro Emérico Hirsch (Peñarol) y de Pedro Cea (Nacional)
quedaban por el camino. Enrique Fernández aceptó el desafío pero
renunció rápidamente, y José Nasazzi tenía influencia en las decisiones
vinculadas a la selección, pero también rechazó asumir la dirección
técnica.
Por ello, se llegó al nombre de Juan López, de Central Español, que fue
asistido por el profesor Romeo Vázquez y tres kinesiólogos, entre los
que estaba el amuleto Ernesto “Matucho” Fígoli, el único uruguayo
protagonista de las cuatro consagraciones celestes a nivel mundial.
Todas esas dificultades se sumaron a la huelga de 1948 y sus secuelas.
El cese de actividades entre octubre de 1948 y abril del año siguiente,
dejó trunco un torneo y tirantes varias relaciones.
En abril de 1949 Uruguay se presentó a un Sudamericano en Brasil con
jugadores amateurs y algún profesional que no acató el paro. Entre los
carneros estaba el artiguense Matías Gonzales, a quien los profesionales
ya no querían en la selección y hasta dejaron de dirigirle la palabra.
Sin embargo, Nasazzi como integrante de la comisión de selección dijo:
“Si Uruguay quiere ser campeón, el back derecho debe ser Matías
Gonzales”. Su peso era absoluto en ese tipo de decisiones, por lo que se
hicieron las gestiones para lograr una solución.
Charlaron el Mariscal y el Negro Jefe, y hubo humo blanco. Obdulio
reunió a los suyos antes de partir hacia suelo brasileño y fue bien
claro: “Con Matías estuvimos en veredas opuestas, pero hoy tenemos que
estar todos juntos. Ahora le voy a dar la mano, y luego lo harán todos".
Punto final al conflicto.
El torneo
Sin su mejor forma futbolística ni partidos amistosos que sirvieran de
preparación, llegaba la Celeste a Brasil con la suerte que a veces se
necesita. Es que en las eliminatorias no se presentaron Ecuador ni Perú,
por lo que Uruguay y Paraguay quedaron automáticamente clasificados.
El debut en Belo Horizonte el 2 de julio fue más fácil de lo esperado, y
se logró un contundente 8-0 que daba el pase a la fase final, ya que
por dos deserciones el grupo 4 quedó reducido a dos participantes.
El resto de la historia es más conocida. Empate a dos con España con un
tanto de Alcides Ghiggia y un misil de Obdulio Varela desde 35 metros
para igualar a los 73’ en Pacaembú (Sao Paulo), y sufrido triunfo ante
Suecia en el mismo escenario por 3-2 con la infaltable cuota goleadora
de Ghiggia y doblete de Oscar Míguez a los 77’ y 85’ para dar vuelta el
score.
La final
Tres días después llegó la final y la decepción brasileña. Decir que los
goles los marcaron Ghiggia y Juan Alberto Schiaffino resulta una
obviedad, tal como recordar que aquellos dirigentes que no se ponían de
acuerdo para designar un técnico y luego se votaron medallas de oro (y a
los jugadores de plata), recordaron a los futbolistas que “perdiendo
por tres está bien”.
Es que el dueño de casa venía de golear a los mismos rivales que
tuvieron a maltraer a la Celeste. Por ser un cuadrangular y no una final
como las de la actualidad, a los norteños les alcanzaba con el empate
para levantar el trofeo por primera vez.
“Cumplidos sólo si ganamos”, fue la palabra del Negro Jefe, que pidió a
los suyos “no mirar para arriba” porque “el partido se juega abajo y los
de afuera son de palo”. Y se ganó metiendo pero también jugando. Un
grande lloró y un pequeño gigante festejó un triunfo que hasta hoy
genera sentimientos de nostalgia.
Las voces de Carlos Solé, Heber Lorenzo (CX 8 Radio Sarandí), Duilio De
Feo, César Luis Gallardo (CX 24), Chetto Pelliciari y Luis Víctor Semino
(CX 18 Sport) fueron las encargadas de relatar una victoria que sacó a
la gente a las calles.
Para el rival fue la despedida de la hasta entonces característica
camiseta blanca, y para el mundo entero una sorpresa. Incluso para el
presidente de la FIFA Jules Rimet, que no sabía bien qué hacer a la hora
de la ceremonia. El francés tenía un papel guardado en un bolsillo con
un discurso para agasajar al campeón, que no podía ser otro que Brasil.
“Con la copa o sin ella, somos campeones igual”, dijo Obdulio antes de
recibir el trofeo y festejar con los suyos. Horas después se fue de
copas solo por los bares cariocas y sintió de cerca esa tristeza
generalizada que terminó pasándole factura perpetua a Moacir Barbosa, el
desafortunado arquero norteño de esa tarde.
Roque Máspoli; Matías Gonzales, Eusebio Tejera; Schubert Gambetta,
Obdulio Varela, Víctor Rodríguez Andrade; Alcides Ghiggia, Julio Pérez,
Omar Míguez, Juan Alberto Schiaffino y Ruben Morán fueron los 11
elegidos por el destino para llevar adelante la hazaña.
Aníbal Paz, Juan Carlos González y Ernesto Vidal lo hicieron en otros
encuentros, y también integraron aquel plantel Williams Martínez, Héctor
Vílchez, Rodolfo Pini, Washington Ortuño, Julio César Britos, Carlos
Romero, Luis Rijo y Juan Burgueño.
Para todos ellos, el eterno agradecimiento de un pueblo que se
enorgullece de su historia, y no por ello dejará de ilusionarse con
repetir viejos logros para poder festejar un nuevo 16 de julio.